Habíamos estado navegando rápido, con viento fresco por la aleta de estribor. Hacía un día magnífico: sol, ola a favor, buena temperatura y el viento perfecto para disfrutar de nuestra navegación a vela. La corredera del barco marcaba puntas de 12 nudos en las planeadas, y además el barco se comportaba perfectamente. Se notaba que era un barco rápido y bien diseñado. La visibilidad era muy buena y la línea del horizonte se dibujaba perfectamente contra el azul del cielo. Si todo iba bien, sobre las 22-00 horas deberíamos de estar haciendo la entrada en el puerto. No se veía a ningún barco ya que estábamos fuera de la temporada alta y solamente algún pesquero y un par de mercantes nos habían cruzado por la proa y por la popa, respectivamente.
De pronto un golpe fuerte, seguido de otros dos y aún de un tercero, nos paró bruscamente la arrancada del barco. ¿Cómo era posible si aún estábamos a 20 millas de la costa más cercana? ¿Algún bajo no señalado en las cartas? Imposible, habríamos visto las rompientes y además nuestro barco no calaba más que un par de metros, y con la escora aún menos. Todo se nos aclaró en unos segundos al ver salir por la popa los siniestros restos de un objeto semi-hundido, parecido a una especie de pequeña gabarra o embarcación amorfa. Pero eso nos daba igual, ahora lo más importante era comprobar los daños en el casco. Pedro, el patrón, bajó rápidamente a la cabina y enseguida escuchamos cómo soltaba varios improperios seguidos de la siguiente llamada desesperada: «¡¡¡que alguno de vosotros baje rápidamente!!!, ¡¡¡vamos, que nos estamos hundiendo!!!». Un escalofrío nos recorrió el espinazo a los tres tripulantes que estábamos en cubierta. ¿Qué pasaba?…
Bajamos rápidamente dos de nosotros, y nos encontramos chapoteando por el plan, donde flotaban ya algunos objetos que se habían caído con la escora: una carta náutica, un vaso con restos de café, un almohadón… El espectáculo era de dar miedo. Después de la primera inspección, Pedro encontró una brecha en el casco, a la altura de la roda, de unos 20 centímetros de longitud y 5 de ancho aproximadamente. Había que intentar taponar cuanto antes la vía de agua, y el patrón comenzaba a rumiar en su cabeza la posibilidad de abandono del barco y la necesidad de tomar medidas preventivas, porque había un riesgo claro de hundimiento. Mientras uno de nosotros sacaba los chalecos salvavidas de los armarios y otro colocaba una colchoneta fuertemente comprimida sobre el agujero provocado por la colisión, el patrón se dispuso a enviar una llamada de socorro por el VHf mediante llamada selectiva digital, que era lo más rápido y eficaz en ese momento. A la vez, sacó un bidón donde teníamos las señales rojas con paracaídas, las bengalas de mano y las señales fumígenas flotantes. Debíamos disparar un cohete una vez enviada la llamada de socorro, para poder llamar la atención de algún barco que se pudiera encontrar al otro lado del horizonte, ya que en nuestro campo de visión no había ninguno.
Pedro levantó la tapa que protegía el botón rojo de «Distress» del radioteléfono y lo pulsó. Seguidamente seleccionó del menú que aparecía la opción «Flooding», que era lo que más se ajustaba a nuestra naturaleza de peligro actual. Después pulsó de nuevo durante 5 segundos dicho botón de emergencia. Enseguida salió la llamada a través del éter y esperamos unos segundos angustiosos para ver si se producía el esperado «acuse de recibo». Al de medio minuto, aproximadamente, escuchamos la señal de alarma radiotelefónica, la cual paramos pulsando el botón «Enter». Era el esperado acuse de recibo de alguna estación de radio que había captado nuestra llamada. En ese momento, el patrón comenzó a transmitir por el canal 16: «Mayday, mayday, mayday…. aquí Sirocco, Sirocco, Sirocco… en latitud treinta y nueve grados, veinte minutos norte y longitud cero grados, cinco minutos leste. Tenemos una vía de agua en la proa, con grave riesgo de hundimiento, y estamos cuatro tripulantes a bordo. Necesitamos ayuda inmediata, cambio»
Una voz metálica contestó al otro lado del aparato: «Mayday, Sirocco, aquí Palma de Mallorca Radio, recibido mayday. Permanezca en stand by en el canal 16, que vamos a contactar con Salvamento Marítimo para que envíen ayuda enseguida y les volvemos a llamar»
Mientras, nosotros cogíamos ropa de abrigo, ya que aunque estábamos en mayo, el agua aún estaba a 17 grados, y permanecer con esa temperatura en el agua podía suponer comenzar a sufrir síntomas de hipotermia en pocos minutos. Además nos pusimos nuestras ropas de agua. La ventaja era que las ropas de fibra sintética eran menos voluminosas que las antiguas de lana u otros tejidos y además no se empapaban con el agua del mar, con el añadido de que mantenían más tiempo el calor corporal. Después nos colocamos los chalecos salvavidas y nos los sujetamos bien por la cintura y entre las piernas, como ya habíamos practicado otras veces en previsión de que algún día tuviéramos que hacerlo. Pero esto era real y había un grave riesgo de hundimiento y de abandono del barco…
Esto, que es un relato ficticio, habrá sido una situación igual o parecida en muchos casos de accidentes marítimos, en este caso una vía de agua producida por un objeto flotando a dos aguas en medio del mar. Aquí nos interesa analizar si realmente deberíamos de abandonar o no el barco en una situación similar. Incluso aunque haya a bordo una balsa salvavidas, si abandonamos el barco sin estar seguros de que se va a hundir realmente, es probable que lo pasemos peor a bordo de esa balsa. Un barco es lo más seguro que existe…. mientras flote, claro.
¿Han actuado correctamente los tripulantes? Claramente sí, ya que lo primero que han hecho es evaluar los daños y distribuirse con las tareas principales: intentar taponar la vía de agua, preparar el material de seguridad, equiparse personalmente y enviar cuanto antes una llamada de socorro a través del VHf.
Ahora bien, una vez hecho todo esto y si vemos que sigue entrando el agua y que sube de nivel, ¿abandonamos o no el barco? Será muy raro que un barco no tenga alguna cámara de aire que le haga flotar, incluso con el agua a nivel de la cubierta. Es probable que coja cierta escora o que se hunda más de proa o de popa, pero si sigue a flote no hay que dudar de que permanecer a bordo sigue siendo lo más seguro. ¿Por qué? porque permanecemos más secos que estando sumergidos en el agua y somos más visibles para los equipos de rescate. Además, podremos activar las señales pirotécnicas si escuchamos ruido de motores o vemos que se aproxima alguna aeronave. Incluso estando volcado el barco, es mejor subir al casco y permanecer allí. En caso de que se hunda realmente, tenemos los chalecos salvavidas que nos mantendrán a flote, y raro sería que habiendo contestado a nuestra señal de socorro, no vinieran a buscarnos.
Un caso excepcional sería que se hubiera declarado un incendio y nos fuera imposible extinguirlo. En ese caso sería más seguro permanecer en el agua y alejados del barco, sin duda alguna. Lo que nunca se aconseja, porque normalmente es una misión imposible, es intentar nadar hacia la costa, ya que nos alejaremos del derrelicto y probablemente nos entrarán el agotamiento y la hipotermia antes de llegar. La costa siempre está más lejos de lo que parece desde el mar. Si hemos de permanecer en el agua, debemos de hacerlo agrupados, adoptando una postura encogida y economizando nuestras calorías al máximo. Incluso es recomendable permanecer abrazados en grupo para proporcionarnos más calor corporal. También debemos procurar ayudar a las personas más débiles que puedan necesitar de nuestra ayuda.
Un último consejo es no perder nunca la esperanza de ser salvados. Eso es probable que nos mantenga con vida durante más tiempo.
Más información sobre este tema en la página de Salvamento Marítimo:http://www.salvamentomaritimo.es/seguridadnautica/emergencias/abandono-del-buque/