Hace poco hablábamos un amigo y yo sobre un barco de vela que después de haber surcado los mares con muchas millas en su haber, murió abandonado y olvidado en el fango de una conocida ría del norte de España. Lo único que se aprovechó del derrelicto fue su quilla de plomo, ya que en la época en la que ocurrió aquello, ese metal era muy apreciado por su escasez. El resto fue pasto del soplete, del hacha del carpintero y de los ladrones.
También hubo otro caso sangrante en un viejo buque de carga a vela, que posteriormente había sido buque-escuela y que finalmente acabó abandonado en un muelle de Sevilla durante la Expo-92. Afortunadamente, dicho barco tuvo la suerte de ser comprado por una fundación que recibió aportaciones monetarias de particulares. El barco fue remolcado hasta Escocia, donde fue completamente restaurado, y hoy luce con orgullo su bella estampa como buque-museo. Hubo muchas partes del barco que fueron saqueadas durante el abandono del barco y que nunca fueron recuperadas. Probablemente muchas de ellas lucirán como adornos náuticos en las casas de sus expoliadores.
Afortunadamente, hoy en día se tiende a proteger más que antaño el patrimonio náutico. No es raro leer en revistas especializadas sobre la restauración de barcos de época, restauraciones que son caras y que requieren mucho cuidado en su realización si de verdad se quiere devolver al barco el aspecto que tenía originalmente.
También hay personas que sienten un afecto especial por los barcos antiguos y comienzan su restauración con mucha ilusión… pero acaban abandonando frecuentemente por las dificultades y el tiempo que conlleva el trabajo.
Otro caso es el de los barcos abandonados en los pantalanes o boyas de muchos puertos. Da verdadera tristeza observar cómo el paso de tiempo los va llenando de óxido y excrementos de gaviota. Las fundas de lona y las velas van siendo arrancadas poco a poco por los sucesivos temporales que azotan las costas en invierno. Esos barcos suelen acabar hundiéndose por la corrosión de sus pasacascos y grifos de fondo. También suelen acabar bajo las sierras radiales de un desguace improvisado en la explanada de cualquier puerto deportivo.
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