Toda la travesía había sido algo accidentada, salvo el tramo del Mediterráneo. Habíamos partido de Puerto Banús a finales del mes de agosto de 1993, rumbo al Estrecho de Gibraltar, con la idea de hacer una escala en Barbate para desembarcar a tres tripulantes. El resto, otros tres, seguiríamos navegando hacia el Cabo San Vicente y posteriormente subiríamos por la costa Portuguesa para doblar a continuación Finisterre, y finalmente arrumbar al puerto de Bilbao.
Sabíamos que tendríamos que hacer alguna escala para repostar combustible, agua y víveres. Además, con esas escalas, romperíamos un poco la monotonía de las guardias y dormiríamos a pierna suelta sin que el simpático de tu compañero de tripulación tuviera que despertarte para subir a la guardia. Como decía un viejo navegante: «en este barco hay dos tipos de personas: los que entran de guardia y los que se van a la cama».
Doblamos el cabo San Vicente con buenas condiciones, ya que allí lo normal suele ser que el viento del norte te pegue una buena bofetada y te haga recular hacia Sagres para refugiarte allí hasta que amaine. Seguimos barajando la costa portuguesa con viento flojo y ayudándonos con el motor. Esto hizo que tuviéramos que entrar en el puerto pesquero de Sines para hacer consumos. Allí vimos una cosa graciosa y que nos llamó la atención. Resulta que en la misma gasolinera te proporcionaban el agua dulce con un surtidor similar al del combustible. Además nos extrañó que el combustible fuera tan barato y posteriormente nos dimos cuenta de que nos habían suministrado gasóleo industrial… De esto último nos dimos cuenta unos días mas tarde, al repostar de unos bidones que llevábamos de reserva en cubierta.
Proseguimos rumbo norte sin hacer escala en Lisboa, pero comenzábamos a notar una mar de fondo un poco sospechosa. Hay que tener en cuenta que en aquella época, salvo que llevaras un aparato de fax meteorológico a bordo, por el Vhf no emitían tantos partes como ahora, y menos por la costa portuguesa. Esa misma noche nos entraron viento y mar bastante fuertes del SW, que hicieron que tuviéramos que navegar solamente con la mayor. Además, de los tres tripulantes que estábamos, los otros dos estuvieron mareados durante la noche y parte del día, y no estaban en condiciones de hacer la maniobra de orejas de burro para poder navegar más rápido. No obstante, el barco se comportó bien. Tuve que gobernar a mano en el timón toda la noche y parte de la mañana, ya que con el piloto automático el barco no navegaba nada bien y tendía a cruzarse a la ola.
Recalamos en las proximidades de Oporto, aún con muy mala mar, y decidimos entrar en el puerto de Leixoes, donde había una buena marina, para descansar y poder dormir unas cuantas horas seguidas. Aún amarrados, el barco se movía de lo lindo debido a las olas que había en el exterior del puerto. Allí desembarcó uno de los tripulantes, ya que el mareo le había afectado mucho, y nos quedamos solamente dos a bordo.
Al día siguiente largamos amarras, aún con muy mala mar, pero sin viento. Pusimos rumbo a Bayona, en Galicia, ya que mi tripulante tenía que marchar por motivos de trabajo. Ya buscaría a alguien que me pudiera acompañar hasta Bilbao cuando llegáramos allí. Navegamos durante muchas horas con olas de unos 4-5 metros que impresionaban bastante, pero a medida que fuimos acercándonos a la costa gallega, la mar disminuyó y pudimos entrar en Bayona sin novedad. Una vez que llegamos, me puse a hacer unas cuantas llamadas dirigidas a diversos amigos que navegaban y que podrían acompañarme. Esas llamadas las tuve que hacer desde el teléfono del club náutico, ya que en aquella época solamente disponían de teléfono móvil los ejecutivos. Actualmente hubiera sido bien fácil llamar desde el móvil, o incluso enviar mensajes o correos electrónicos. ¡Cuánto han cambiado las cosas!
Coincidimos allí con varios tripulantes de barcos de regatas que acababan de participar en unas regatas organizadas por el club, y entre ellos había antiguos compañeros míos del barco «Publiespaña», barco de 25 metros de eslora y de dos palos, con el que habíamos estado navegando juntos un año entero, participando en varias regatas, y finalizando con la participación en la Ruta del Descubrimiento de 1992, donde quedamos en un primer puesto. Me hizo ilusión el encuentro. Ellos estaban esperando a que amainara el temporal para poder ir hacia el Sur. Les tranquilicé con la noticia de que el temporal había amainado y al día siguiente pudieron largar amarras.
(Continuará)