Pedro arrojó su saco marinero por encima de la regala del viejo barco y subió a bordo, plantándose sobre su cubierta principal. Era ésta de madera de teca, con anchos listones, que trazaban un bonito dibujo hacia su proa alta y arrufada. Al final de la proa se divisaba un gran bitón de amarre y la punta del botalón. Le habían contratado para llevar el barco a otro puerto donde quedaría como barco-museo.
Como muchos barcos de ese tipo, antiguos cutters de práctico, aparejaba una gran vela cangreja con su escandalosa por encima, además de un foque volante, foque y trinquetilla a proa. Eran barcos rápidos y ágiles en su maniobra para la función que desempeñaban, que era la de desembarcar o embarcar al práctico según el barco entrase o saliese del puerto.
La cubierta era bastante despejada, salvo el espacio que ocupaba la cabina principal y una escotilla en la parte de proa, justamente detrás del cabrestante. El timón era de caña, como era usual en aquella época, y bien largo para poder ejercer la fuerza necesaria para moverlo. Había una pequeña bañera con dos bancos para poder manejarlo con más comodidad A proa de éste, se encontraba una pequeña bitácora que alojaba el compás magistral. La botavara era de gran tamaño, sobresaliendo un metro o más por la popa del barco. Pedro se imaginaba una virada por redondo con viento fresco en ese barco, cuando trasluchando la botavara tuviesen que agacharse los tripulantes y el timonel para no ser barridos por ella. El resto de la maniobra lo componían diversas poleas tipo cuadernal, por las que discurrían las escotas y drizas. No disponía de winches, era todo a base de multiplicaciones con las poleas y cornamusas.
El interior del barco era austero. Entrando a babor tenía una cocina con dos fuegos de gas y una serie de taquillas para guardar los enseres para cocinar, aparte de los platos, cubiertos, etc. También tenía un fregadero de pedal que tenía la opción de coger agua de mar o de un tanque de agua dulce. A estribor se encontraba la mesa de derrota con un asiento-litera para el encargado de la navegación. Como aparatos de navegación, únicamente disponía de un viejo radiogoniómetro de mano y de un compás de demoras. También llevaba un sextante, un cronómetro y un receptor de radio para poder captar las señales horarias y los partes meteorológicos. Le habían añadido un pequeño Gps de mano, que iba colocado en un soporte. Llevaba también una vieja corredera mecánica “Walker”, que aún funcionaba, según comentaba uno de los encargados de entregar el barco. Además, disponía de repuestos para la hélice de la corredera, ya que no era extraño que algún voraz atún la arrancara confundiéndola con una sardina.
En el centro de la cabina disponía de dos asientos como para seis personas, con una gran mesa de madera de alas plegables y con un sistema cardán para la escora, lo que permitía tener siempre horizontal la mesa. Pedro se imaginaba a los tres o cuatro tripulantes del cutter comiendo su rancho a base de patatas y pescado (como en todos los barcos de cabotaje), mientras relataban anécdotas ocurridas en las tabernas de Portsmouth, Cowes u otros puertos de la zona. Dividido por un mamparo, a proa tenía un sollado con cuatro literas de loneta para la tripulación y que servía a la vez de pañol para las velas y la cabullería del barco.
El barco tenía un olor a mezcla de moho, gasóleo y madera noble. El gasóleo era porque disponía de un pequeño motor de treinta caballos que le habían instalado en los años sesenta del siglo pasado. Aún funcionaba y podía arrancarse a manivela, cosa no tan rara en aquellos tiempos. El mismo motor servía para cargar dos baterías de servicio para las luces de navegación y las pocas luces de que disponía para la iluminación de la cabina.
La historia de este barco era peculiar. Fue construido en el año 1910 en el sur de Inglaterra y tras servir como “pilot-boat” durante unos años, llegó la Gran Guerra en la cual sirvió como guardacostas. Una vez finalizado el conflicto bélico, el barco se reincorporó al servicio de lemanaje durante dos años más. Al final de ese periodo se puso a la venta, puesto que los prácticos comenzaban a sustituir los barcos de vela por los de vapor. Fue adquirido por un balandrista que lo utilizó para hacer regatas.
Participó en la regata del Fastnet, obteniendo el primer puesto en el año 1925, después de haber pasado un temporal muy duro. Posteriormente se dedico a cruceros por toda Inglaterra y el mar de Irlanda. En una ocasión tuvieron que rescatarlo al límite, toda vez que había desarbolado y derivaba peligrosamente hacia los acantilados de Dover.
En los años sesenta del siglo veinte cambió de dueños. Eran éstos aficionados a navegar durante los veranos por el Golfo de Vizcaya, y recalaban con frecuencia en puertos del norte de España, donde aprovechaban para aprovisionarse de buen vino de Rioja. Como el barco disponía de suficiente espacio de carga, lo abarrotaban hasta el límite de la línea de flotación y volvían a Inglaterra cargados con el preciado y noble líquido.
Al día siguiente tenían previsto largar amarras al amanecer, aprovechando el terral y la marea vaciante, para salir de la ría con tiempo suficiente. Pedro echó un vistazo al portulano y al libro de mareas ya que había bancos de arena y tenía que calcular correctamente la hora de la pleamar para no quedar varado en la bocana, la cual distaba una milla desde el puerto. El parte meteorológico daba viento flojo y de dirección variable, que posteriormente rolaría al nordeste, así que las condiciones eran óptimas para comenzar la travesía hacia el puerto de destino.
Continuará