Un frío, brumoso y húmedo día de mediados de noviembre largaron amarras desde un puerto del norte del Cantábrico, rumbo a la esquina noroeste de Francia, es decir, la isla de Ouessant. Estaban a bordo de un barco de madera construido dos décadas atrás. Era un buen barco aunque muy húmedo debido a su cubierta corrida y sin ningún obstáculo que pudiera frenar las olas que embarcaba por la proa. No obstante era un barco marinero, rápido y fiable.
Pedro había participado en muchas travesías y regatas en ese barco y lo conocía bien. De todos modos, la travesía podía proporcionarles muchas sorpresas. El Golfo de Vizcaya a finales del otoño no era precisamente un lugar muy acogedor. Además debían atravesar el Canal de la Mancha y recalar en la costa inglesa, otra costa traidora y desapacible. Confiaban en los últimos partes meteorológicos consultados con ayuda del meteorólogo del aeropuerto local, pero aparte de esos, tendrían que intentar captar los que emitía la BBC a las doce de la noche, precedidos de la sempiterna «nana». Siempre les había entrado la curiosidad sobre esa melodía tan tranquila. No es que pidieran “La cabalgata de las Valkirias” de Wagner, pero la verdad, escuchar a un tipo por la radio diciendo tranquilamente “Fastnet, northwest force seven” cuando tenías que cruzar esa zona, produciría una extraña sensación de desasosiego en cualquier navegante.
Marinaban el barco cuatro tripulantes con experiencia en navegación de altura, algunos como Pedro con cuatro travesías del Atlántico, pero eso era una mínima ventaja a la hora de afrontar un temporal en el Golfo de Vizcaya, que siempre era implacable con los barcos cuando se enfadaba. No obstante esa vez se portó bien, con viento moderado del oeste-noroeste, y recalaron en Ouessant en el tiempo previsto. Ahí comenzaba otra etapa delicada: el Canal de la Mancha. El tráfico abundante de buques mercantes, las corrientes fortísimas de marea y las entradas a los puertos de la costa francesa eran motivos suficientes como para no relajarse.
Pedro había preparado tranquilamente y con tiempo la ruta sobre la amplia mesa del comedor de su casa, ambientándose con música de los Beatles, que al fin y al cabo eran británicos y hacia la pérfida Albión iban. Siempre que había preparado la derrota hasta Inglaterra, al llegar al Canal de la Mancha trazaba un rumbo hasta las islas Casquets, en la costa francesa al nordeste de Guernsey, y desde allí daba rumbo a la isla de Wight. Lo hacía para no cruzar en diagonal todo el Canal y tener que maniobrar permanentemente a los mercantes. Si el tiempo no era malo, solía ser una buena ruta, y por ahora como el viento seguía soplando a favor, aunque no demasiado fuerte, era lo conveniente.
(Continuará)