Leer las novelas marinas de Joseph Conrad es leer el mar en su esencia más pura. Conrad, nacido en la actual Ucrania y de padres polacos, sintió desde pequeño la llamada del mar. Aunque su deseo inicial de ser marino se encontró con la oposición de su familia, finalmente se enroló en un mercante a los 16 años en el puerto de Marsella.
Después de unos años navegando en diversos barcos, se nacionalizó inglés y superó el examen de Capitán de la Marina Mercante inglesa, sumando a esto la experiencia de haber pasado por todos los escalafones en el mando de un barco. Esto le hacía ser un marino con todo el significado que conlleva esta palabra, ya que la formación marinera en aquellos años era durísima.
Navegó en barcos de vela de carga, en los conocidos y rápidos «clippers» y en los no tan rápidos aunque majestuosos «windjammers», que realmente fueron los barcos de vela mercante más evolucionados en cuanto al aparejo y a la capacidad de carga. Algunos de estos barcos aún navegan en la actualidad como buques-escuela.
En su amplia obra literaria no solamente abunda el tema marítimo sino muchas novelas sobre diversos temas, pero siempre impregnadas del característico estilo «conradiano». Sus personajes son ciertamente reales. Te los podrías encontrar en cualquier esquina en la vida real. Es de notar que cuando a alguien le quería retratar como mala persona, lo hacía con mucho realismo y además lo ridiculizaba al máximo. Además de ésto, sus novelas no siempre tenían un final feliz. Más bien todo lo contrario. Te puedes esperar cualquier fatal desenlace al llegar a la última página de sus libros.
A mi, quizás la novela que más me gusta es «El Espejo de Mar» («The Mirror Of The Sea», en su nombre original). La edición que leí fué la de la editorial Hiperión, en la cual la magnífica y difícil traducción es de Javier Marías. Y digo difícil, porque al parecer la prosa de Conrad era muy enrevesada. A pesar de escribir en un buen inglés, que no era su lengua materna, Marías dice que las «exageradas ambigüedades» y «ciertos giros y términos marineros», le llevaron a tener que consultar a diversos expertos en la materia, siendo Marías un escritor que domina sobradamente el idioma inglés.
Esta novela arranca con un capítulo de título muy sugerente: «Recaladas y Partidas». En él, Conrad relata lo que ocurre en las tripulaciones cuando se abandona un puerto y también cuando se recala en la costa. Quizás el pasaje que más me gusta es cuando cuenta que un capitán bajo cuyo mando sirvió, al recalar en la costa con una posición errónea, tiempo cerrado y temporal (es decir, lo más angustioso que podría ocurrir en una época en la cual no existían los medios de posicionamiento automático), el capitán se encierra en su camarote y el mismo Conrad le ve «descorchar apresuradamente una botella». Este acto visto en un capitán de esa época, cuyas ordenes eran leyes, probablemente supondría una gran desazón para cualquier miembro de la tripulación de un barco.
Los demás capítulos tampoco tienen ningún desperdicio, siendo también muy interesante «En Cautividad». Aquí se relata acerca de los barcos que permanecen amarrados en los muelles. Es muy curioso observar cómo Conrad les dota a los barcos de vida propia. Las penas que sufren los barcos cautivos de las amarras y también las tripulaciones de esos barcos que se ven obligadas a permanecer durante mucho tiempo en los muelles, a la espera de que llegue una carga que pueda llenar las bodegas y les permita largar amarras de nuevo. Hay una frase que dice un segundo de a bordo de uno de los barcos en los que navegó Conrad, escrita al final del capítulo, que sintetiza muy bien lo que se quiere relatar: «Los puertos no son buena cosa…¡se pudren los barcos y los hombres se van al diablo!»
Otro libro que me gustó mucho es «La Línea De Sombra». Este libro parece ser que describe la primera experiencia de Conrad como capitán de un barco, hecho que se produce accidentalmente debido a la muerte del capitán que mandaba el Otago, el barco protagonista de éste relato.
La impresión que le produce su primer encuentro con el barco no tiene desperdicio: «A la primera ojeada vi que era un barco de primera clase, una criatura armoniosa por las líneas de su esbelto cuerpo y la altura bien proporcionada de sus mástiles». «Era uno de esos barcos por los que, en virtud de su diseño y acabado, no pasan los años. En medio de sus compañeros amarrados a la orilla y todos mayores que él, parecía el producto de una raza superior: como un corcel árabe en medio de una fila de caballos de tiro».
Conrad embarca en Bangkok para cruzar el Golfo de Siam con rumbo a Singapur. Una travesía de 800 millas, que les va a llevar un mes realizarla debido a las grandes encalmadas que sufren. Es un relato muy angustioso ya que la tripulación va cayendo poco a poco enferma y solamente quedan el capitán y otro miembro de la tripulación para gobernar el barco. Hay que pensar que un buque de aquellos con tres palos y aparejo cruzado, no sería precisamente fácil de gobernar. Conrad nos va sumergiendo en una atmósfera densa, cargada de angustia y temor. El temor del capitán a que entre un temporal en aquellas condiciones, lo cual supondría un desastre y probablemente la pérdida del buque por falta de manos para manejarlo con pericia marinera.