Había fallado una vez más. Los últimos días, el receptor del Sistema de Posicionamiento Global (GPS) no hilaba fino. Daba un error sobre la posición real del barco. Pedro, que siempre llevaba un compás de demoras, había ido comparando mediante líneas de posición a tierra, sus posiciones sobre la carta con las que le indicaba la pantalla del navegador, y siempre le daba un error de unas dos millas aproximadamente.
El problema era que pronto perderían de vista la costa, porque una vez divisaran el cabo de San Vicente y pusieran rumbo a la isla de Lanzarote, sería su última oportunidad para poder situarse con referencias de tierra. No podían desviarse hacia ningún puerto porque desde que habían zarpado de Bayona ya no tenían prevista ninguna escala. Arribar a un puerto portugués o español les haría desviarse mucho del rumbo y ya estaban justos de tiempo para la entrega del barco. La borrasca Bárbara había hecho estragos durante varios días en las costas del Atlántico y les había obligado a permanecer más tiempo del previsto en tierra.
Gracias a las nuevas tecnologías pudieron seguir la evolución de la borrasca, hora tras hora a través de sus dispositivos informáticos, y además les permitió estar entretenidos, pero ahora estaban alejados de la costa y fuera de cobertura telefónica y de cualquier red Wifi. Lo único que les podía entretener era la propia maniobra durante la navegación y las múltiples cosas que siempre había que ajustar y arreglar en un barco. La empresa de chárter necesitaba el barco el siguiente fin de semana y estaban a martes. Si tenían algún percance con las velas y el aparejo o con el motor, ya no tenían margen de tiempo para llegar. Pedro había previsto inicialmente llegar con tres días de antelación para dejar todo listo. En la mar se sabe cuando partimos (no siempre) pero no cuando llegamos.
Pedro también llevaba su fiable sextante, dotado con óptica Zeiss, y fabricado aún en la RDA antes de la caída del muro de Berlín. Lo adquirió en una bien surtida tienda de náutica inglesa en el año 1990, durante la celebración de una regata. Gastó casi todos sus ahorros de aquella época; con 23 años era difícil ahorrar dinero, pero su ilusión se había cumplido y al final tuvo su sextante.
Tantos cálculos teóricos hechos durante su curso de Capitán de yate en un aula se cristalizaban con el manejo real del aparato. Las primeras observaciones fueron un churro, con errores de treinta o más millas. Pero no importaba, él era perseverante y a fuerza de práctica y de seguir los consejos de varios profesionales, consiguió coger el truco a las observaciones astronómicas. Además, adquirió las tablas rápidas de estrellas, que facilitaban la observación y el posterior cálculo que había que hacer. La meridiana durante el día le proporcionaba también un cálculo exacto al paso del sol por el sur.
Para que no tuviera dudas en alta mar, durante una guardia tranquila y mientras el piloto automático gobernaba el barco, se puso a repasar un poco el libro de Astronomía náutica de Moreu-Curbera, que siempre llevaba consigo en sus travesías por el Atlántico. Además también disponía de su fiable calculadora Casio, programada por él mismo, que le permitía hacer los cálculos de trigonometría esférica de una manera sencilla, aunque la utilizaría solamente en caso de no poder usar las tablas de estrellas. También puso en hora su reloj de pulsera con las señales horarias de la BBC, captadas con su receptor multibanda. El reloj se atrasaba un segundo a la semana y había que tenerlo en cuenta para los cálculos. A bordo estaba el Almanaque Náutico de aquel año, publicado por el Instituto Hidrográfico de la Marina y necesario para consultar las efemérides astronómicas.
Esa misma tarde, en el crepúsculo vespertino, observó tres estrellas que le permitieron obtener un buen y fiable punto de situación sobre la carta. Durante la guardia de media apareció el faro del Cabo de San Vicente a cuatro cuartas por babor y pudo obtener también una línea de posición que posteriormente trasladó para, una vez medida la segunda demora, obtener una posición bastante exacta. Al amanecer volvió a observar las estrellas y también se posicionó. De este modo iba recuperando la práctica y ya estaba preparado para afrontar la recalada en las Islas Canarias.
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