Se dice varar o encallar cuando el barco toca fondo y se queda sin la capacidad de poder seguir navegando. La varada es voluntaria cuando queremos carenar la obra viva de la embarcación para reparar posibles averías en el casco, limpiar el fondo y aplicarle la pintura anti-incrustante o patente. Esto se puede hacer en una playa (hoy prácticamente en desuso salvo en algunas zonas) o bien sacando la embarcación fuera del agua y apuntalándola en un varadero apropiado.
Lo que vamos a tratar en este artículo es sobre la varada involuntaria, que es cuando varamos sin querer. Varios son los factores que nos pueden hacer varar involuntariamente; entre otros tendríamos los siguientes:
• Navegación en aguas poco profundas
• Estar bajo los efectos de una marea muy baja
• Error en la derrota trazada
• Posición del barco mal calculada
Normalmente, la varada más frecuente se suele producir por arriesgar demasiado al pasar por zonas de escasa profundidad o bien por una interpretación errónea de la carta náutica o de la sonda. Antiguamente las varadas eran más frecuentes debido a errores en la situación estimada o verdadera, ya que la navegación se hacía solamente con medios visuales a la costa o a los astros, sin ayudas electrónicas. Por tanto, si los cálculos no eran correctos y había mala visibilidad, se podía embarrancar en la costa en un día de niebla.
Una vez que hemos varado, lo primero que debemos hacer es un reconocimiento a fondo de los posibles daños que pueda haber en el casco, timón o eje de la hélice. Aquí los barcos de vela tienen una cierta ventaja sobre los de motor porque lo primero que tocará el fondo será la orza y salvo que el golpe haya sido fuerte, no sufrirán daños en el casco. En el resto de los casos debemos echar un vistazo al timón o al eje de la hélice porque se pueden doblar o incluso romper por el impacto, o al apoyarse en el fondo.
Otro factor que determinará la gravedad de los daños será que el fondo sea duro o blando. Siendo rocoso los daños son más probables, salvo que la resistencia del casco pueda aguantar el impacto (caso de un barco de acero). En fondo rocoso no se debe intentar mover el barco ya que podemos agravar los daños en la obra viva. En todo caso podemos esperar a que la marea reflote por sí misma al barco.
En fondo blando, y siempre que la hélice o el timón no estén enterrados, se puede dar atrás la máquina con fuerza, como primera medida para salir de la varada. Si no hemos clavado demasiado el casco, suele ser suficiente. Si esto no da resultado, habrá que ayudar trasladando pesos hacia la popa para de este modo variar el asiento del barco, apopándolo. Esta acción se puede acompañar con el traslado de pesos a una banda, haciendo escorar el barco y despegando parte del casco del fondo. Estas dos actuaciones pueden hacerse simplemente desplazando a la tripulación.
Otra maniobra que puede ayudar es hacer una ciaboga, es decir, hacer virar al barco sobre sí mismo, con el timón a la banda, y dando avante y atrás alternativamente. Al cambiar la posición del casco respecto del fondo, a menudo acaba saliendo el barco cuando damos atrás.
Alijar el barco (desembarcar pesos o carga) también es una medida que ayudará a reflotar la embarcación. Se puede desembarcar una parte de la tripulación, por ejemplo a un chinchorro, y también se pueden vaciar tanques de agua que pueden contener muchos litros. Añadamos el ancla, cadena, velas, pertrechos diversos, etc.
Por último podemos solicitar la ayuda de otra embarcación que podría darnos un cabo y tirar de nosotros hacia popa, a la par que damos atrás con fuerza. En casos extremos, cuando el barco es de grandes dimensiones (barcos mercantes), y la varada se ha producido en fondos aplacerados, a las medidas anteriores se les añade el fondeo de sus anclas con la ayuda de otros barcos. Con esto se consigue sumar la fuerza de los remolcadores tirando, más la fuerza ejercida por los molinetes de las anclas.
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